"- ¿Por qué usas ésto?", el chico acerca su mano al pecho ajeno y toma con las puntas de los dedos el crucifijo bañado en oro que pendia de una cadenita de plata de eslabones muy pequeños y en forma de rombos, lo levanta apenas uno o dos centimetros por encima de la piel blanca, perfumada, de la chica. Ella ojea la invasión a su espacio personal y hace un gesto con la boca, contenta, e inmediatamente después lo mira al chico, intentando evitar sus ojos en el vistazo, y retoma la palabra con un "-Mmh...",
"- ¿Tenés religión?", insiste.
"- Mmmmh... Si algo así.", dice la chica mientras mira el flequillo recién cortado del chico.
"- ¿Tenés un Dios?", suelta el chico sin ningún tipo de asco.
"- No, no creo en Dios, si creo en un ser superior, o algo así.",
"- Claro, ¿y el rosario por qué entonces?, ¿Te lo regalaron?",
"- Si, digamos que si.",
"- Ah. Está bien.", hace un gesto con su rostro como si acabara de descubrir algo.