Llegada la noche y el silencio, el punto me mira, examina el interior de mi boca como espejo intrabucal de un dentista. Su caño suelta amarras en mi lengua y el martillo golpetea el tambor detrás, anunciando el desembarco bajo las estrellas.
Con decisión doy la señal, como una bengala destella el recorrido, iluminando mi nuca, mi brazo y abordando el disparador a través de mi índice. Ese segundo duró una estancia en una sala de espera, pude sentir el viento de bolina, generado por la fuerza de movimiento de la bala, o puente curvo.
Pronto pude sentir como se oscurecía todo a mi alrededor y al caer el metal sobre la pared interior de mi boca sentí como hacían aparición pequeñas estrellas en ese abismo y mientras mi sesos se dispersaban por el aire me sentí uno con el cosmos, libre sobre el término.
Con decisión doy la señal, como una bengala destella el recorrido, iluminando mi nuca, mi brazo y abordando el disparador a través de mi índice. Ese segundo duró una estancia en una sala de espera, pude sentir el viento de bolina, generado por la fuerza de movimiento de la bala, o puente curvo.
Pronto pude sentir como se oscurecía todo a mi alrededor y al caer el metal sobre la pared interior de mi boca sentí como hacían aparición pequeñas estrellas en ese abismo y mientras mi sesos se dispersaban por el aire me sentí uno con el cosmos, libre sobre el término.