Me acuerdo que ni mi viejo ni la familia estuvo sino hasta que yo tuve 6 años, y durante ese tiempo mi vieja termino el secundario e intentó hacer una carrera que, como opto por darme de comer primero, no pudo completar. Así que ella laburaba, y laburaba mucho, cuando iba a la mañana a trabajar me llevaba a upa y me sentaba al lado de ella o me entretenía con los distintos aparatejos que había en esa oficina de la avenida Colón e Irigoyen, que años más tarde clausuraría y dejaría en la calle a 15 personas sin estudios. A la tarde se dedicaba a pasar tiempo conmigo, me llevaba a la plaza, al banco, a pasear por el centro, a la abogada, me hacía la leche chocolatada o el té con pan cuando el sueldo no daba para finalizar el mes, a veces visitábamos a mi abuela Coca, que trabajaba tomando la presión en la peatonal, al lado de la que en aquel entonces era la casa de cambio y yo me iba a ver a los Power Rangers que cobraban $20 por una foto con ellos en la fuente de la plaza San Martín. Nunca tuve para sacarme una foto con ellos. A la noche ella volvía a trabajar y muchas veces me quedaba sólo en casa (durmiendo) o me cuidaba la casera del hostel donde vivíamos.
Cuando yo tenía más o menos cuatro años, me empezó a enseñar a jugar al ajedrez, a mi me encantaba pero no le ganaba nunca a mi vieja, y yo soy muy mal perdedor y me frustraba y lloraba. Después de varios intentos, una tarde bastante nubosa en el verano que vivimos en un monoambiente prestado cerca de la plaza Peralta Ramos, pude ganarle (o quizás se dejó, pero yo era un nene bastante crédulo, es más, todavía lo soy), y yo estaba orgullosísimo, al fin, al fin le había ganado, el alumno había vencido al maestro, pero la vuelta olímpica duró pocos segundos, hasta que veo que los ojos de mi vieja se empiezan a humedecer y rápidamente en su cara empezó a llover torrencialmente.
Para un pibe de cuatro años no hay nada que le engrise más el alma que ver llorar a su madre.
Porque a los ojos de un pobre pibe de cuatro años de edad, no hay otro dios que su madre.
Tratando de ser optimista le pregunté si era porque le había ganado al ajedrez, pero yo estaba seguro que no era por eso.
La realidad es que esa noche no sabía qué íbamos a comer, hacía ya varios meses que escuchaba el "comé vos, yo ya comí" de mi vieja, hacía ya varios meses que vivíamos a fideos, polenta, sopa o arroz solos, té o mate cocido con pan, hacía ya varios meses que todo se estaba yendo al carajo y nadie tiraba una soga.
Nada, de vez en cuando me acuerdo de eso.